Hay algo tremendamente metafórico en el hecho de que, en algunos de los pasajes de “TANDA”, el nuevo álbum de Alex Ferreira, su madre le dicte la receta para cocinar lentejas y salsa de tomate.
Esa manera absolutamente elemental y a la vez universal de entender el hogar que tiene el artista dominicano residente en México, y que durante tantos años ha formado parte de lo más prometedor del circuito musical madrileño; es también la que tiene a la hora de entender el formato canción: como un delicioso mejunje de sensaciones, de querencias musicales, de viajes y de sabores.
Alex Ferreira nos dicta sin querer queriendo algunas claves de la receta de un trovador universal, un cantautor que rehace el propio concepto de cantautor, un cantor que hace líquidas las fronteras y las tradiciones musicales, que convierte la escucha del flamante “TANDA” en una carretera directa hacia un hogar llamado mundo.
Un hogar que comparte con compañeros generacionales como pueden ser Jorge Drexler, Xoel López, Depedro o Augusto Bracho, por marcar un arco aproximado de a qué suena su música para los que no la conozcan; pero en la que Alex Ferreira consigue dotar su cancionero de un sabor especial que aparentemente lo distancia de todos para, a su vez, acercarlo más que nunca a todos.
En el código genético de “TANDA” conviven todos los Alex Ferreira (y todas las canciones) que lo han traído hasta aquí: el que creció escuchando rock alternativo en la televisión a la vez que se le colaban los boleros de las cintas de casete de la cocina de su madre o los hits de Juan Luis Guerra de un coche con las ventanillas bajadas desde la calle.
Todas esas tradiciones se perciben en el nuevo álbum del dominicano, su producción más ambiciosa hasta la fecha, grabado en El Desierto Casa-Estudio de Ciudad de México y producido en coalición junto al venezolano Gustavo Guerrero (productor de Natalia Lafourcade) y el argentino Matías Cella (productor e ingeniero de artistas como Mercedes Sosa, Jorge Drexler o Kevin Johansen, entre otros/as): una vía de acceso a los mil colores de la música latinoamericana con una mirada de autor y un ingrediente especial.
Tanto cuando, entre otros actos inexplicables, canta a los desastres preciosos («Lo tuyo no tiene madre»), cuando coquetea con el afrobeat isleño («La vida es un chin»), cuando convierte la bachata en una maniobra maestra del groove de autor («Paripé»), cuando enciende el tribalismo pop más encendido («El Titubeo») o cuando trabaja el neo-bolero como si fuese una pieza de jazz («No se rompe»); la salsa que cocina Alex Ferreira no solo no tiene colorantes ni aditivos, sino que sabe a gloria infinita.
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